Eso es un pasaje de la novela Clarividente de la Calle Ocho
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Pero ¿de dónde vienes tú realmente? ¿Quiénes son ellos, esa gente de la que naciste?
Ese momento, cuando te sostuvieron en sus brazos por primera vez, y el instante en el que tus ojos recién nacidos se encontraron con los suyos fueron como coordenadas marcando la trayectoria de tu existencia. Porque es tu familia, la hayas conocido o no, la que guarda las respuestas a las interrogantes que te pasarás la vida preguntando. Son la clave de tus fortalezas y de tus debilidades y la causa, quizás involuntaria, de tus tristezas.
Yo, por ejemplo, vengo de una familia de no videntes, de gente que no podía ver un centímetro más allá de sus narices, pero en cuyo árbol genealógico aparecían de vez en cuando, repartidos como pecas, uno que otro clarividente.
La clarividencia viene en cepas, como las enfermedades. La variedad de la que padecía mi familia, por ejemplo, parecía afectar solamente a las mujeres; llegaba con la pubertad y, según lo descubrió mi madre mucho después de que yo naciera, tenía la tendencia a saltarse una generación, como pasa con los atributos que son el resultado de genes recesivos, como los ojos azules y los hoyuelos. Ana Cecilia Valdés, mi abuela materna, tenía el don. Según mi madre, ella había sido una joven con una belleza extraordinaria, de una familia cubana muy seria y muy religiosa que veía con malos ojos “todas esas tonterías y herejías”. Cuando Ana Cecilia recibió su don junto con su primera menstruación, su abuela materna (mi tatarabuela) se mudó a su cuarto con el pretexto de mantenerla vigilada ahora que estaba en “edad peligrosa” y, usando un sencillo diario hecho a mano para escribir las lecciones, comenzó, secretamente, a enseñarle todo lo que sabía de adivinación, intuición, magia blanca y clarividencia. Mi abuela estudiaba con avidez, feliz de complacer a su querida nana; leía y releía el diario que había sido escrito especialmente para ella, lo cuidaba celosamente y no le hablaba de él a nadie.
Después, en la universidad, Ana Cecilia comenzó a hacer lecturas privadas a sus amigas, casi como un juego o una excusa para conversar durante las fiestas de marquesina, como las llamaban.
Hasta que un joven, que había llegado de alguna pequeña ciudad a estudiar medicina, se sentó frente a ella en la fiesta de cumpleaños improvisada de un amigo y le ofreció sus palmas abiertas.
—Así que, dime, ¿qué ves? —le dijo él sonriendo.
—Yo no leo las manos —replicó ella.
—Okay. ¿Qué haces, entonces?
—Nada. Yo sólo… siento algo… y… —se detuvo, aterrada porque, normalmente, ella podía percibir la “esencia” de cualquier extraño desde el mismo momento en que le hablaba, y ahora, sin embargo, era incapaz de pensar, sentir o ver nada que no fuera la sonrisa de este muchacho, a medio camino entre expectante y curiosa—. Siento algo —empezó de nuevo— … y sólo sé… algo más. Y entonces, te lo digo. Y… eso que te cuento tiene sentido para ti —se atragantó al hablar—. O… no lo tiene. y se siente… como verdad.
—¿O sea que adivinas?
—No. Que… siento algo y entonces algo viene… a mi cabeza
Él consideró eso por un momento.
—¿Puedes sentir lo que estoy pensando ahora mismo? —preguntó, enlazándola con sus ojos y manteniéndola ahí, dondequiera que fuera que él había empezado a tenerla con su voz desde la primera palabra que le dijo.
—No, no realmente. No estoy recibiendo nada ahora mismo. Tal vez más tarde. Con permiso.
Pero yo creo que ella sí “recibió” algo, porque se casó con él en contra de los deseos de su familia y se mudó a la ciudad de Violeta, donde tuvo una hermosa bebé y vivió una existencia simple pero feliz, según contaba mi madre.
Y ésa es la razón por la que la pequeña Mercedes, mi mamá, pasó su niñez sentada junto a mi abuela a la mesa de la cocina, escuchando las maravillosas cosas que mi abuela predecía para otros, y su adolescencia esperando con ansiedad que su pubertad (y su propio don) aparecieran. Para mi madre, la clarividencia era como Santa Claus: el proveedor de regalos maravillosos que recibes sólo si has sido muy muy bueno.
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Anjanette Delgado es una novelista, periodista y productora de televisión puertorriqueña. Escribe sobre el mal de amor y vive en Miami con su esposo Daniel y su perrita salchicha, Chloe.
La Clarividente de la Calle Ocho es la novela más reciente de Anjanette. Se desarrolla en la vibrante comunidad de la Pequeña Habana en Miami y cuenta la historia de Mariela Esteves, una mujer que renuncia a su don de ver el futuro como resultado de dos matrimonios fallidos, un homicidio y mucho dolor de corazón. El libro acaba de ser publicado por Kensington Books Publishing en inglés, y por Penguin Random House en español, tanto en EEUU como en México.
Ambas novelas fueron opcionadas recientemente para cine y televisión.
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